Nacer no es un momento, sino un proceso. Y sucede varias veces a lo largo de la vida. En el ser humano el nacimiento tiene que ver con desprenderse de otro para siempre. Cortar el lazo que nos amarra a alguien. Entrar en un mundo desconocido y asumir esa condición de individualidad y, por tanto, de soledad, que nos determina.
A lo largo de la vida, muchas veces nos encontramos en situaciones semejantes a las que experimentamos al momento de nacer. Las grandes rupturas, los grandes adioses, el afrontamiento de grandes comienzos…
Se trata de situaciones que son maravillosas y aterradoras a la vez. Un auténtico desafío que pone a prueba todo lo que somos. La vida es la que nos pone delante de este tipo de experiencias la mayor parte de las veces. Pero también el nacimiento puede ser un proceso voluntario. Una decisión que tomamos cuando la evidencia nos muestra que ha muerto un gran ciclo y que es hora de inaugurar uno nuevo.
El trauma de nacer
Mucho se ha hablado acerca del trauma del nacimiento. Al mismo tiempo, poco se sabe de él. Se presume que el feto atraviesa por momentos enormemente angustiosos al momento de nacer. La necesidad de abrirse paso, de salir al mundo en medio de estrecheces y dificultades, es un instante dramático. Nos jugamos la vida, literalmente, en ese momento.El grito y el llanto anuncian que estamos fuera. Ahora somos un ser individual, arrojado eternamente a la soledad, después de haber disfrutado las mieles de la simbiosis con nuestra madre. El mundo al que llegamos tiene mucho de hostil, fuera ya no hace el mismo calor.
En esta nueva etapa, hay frío, hay hambre. Son sensaciones nuevas. En el vientre nunca las habíamos experimentado. Antes no necesitábamos pedir nada, ahora sí. Puede que atiendan a nuestro llamado, puede que no. Es posible que comprendan nuestras necesidades, pero también podría suceder lo contario. De la completa seguridad salimos a la incertidumbre.
Nacer una y otra vez
Nunca volveremos a estar tan indefensos como esa primera vez que nacimos. Pero sí tendremos que volver a nacer en repetidas oportunidades. Y también se repetirá el aire de trauma que acompaña a estos procesos. Es un ciclo inevitable de la vida.Una y otra vez vamos a sentir que nos habitan dos fuerzas en pugna. Una de ellas nos sugiere que hay un amplio mundo más allá de las fronteras conocidas. Es una fuerza que nos invita a explorar, a arriesgarnos. La otra fuerza, en cambio, nos atrae hacia todo lo que ya conocemos. Hace énfasis en las ventajas de mantenernos atados.
Muchas veces no tendremos elección. Seremos arrojados a una etapa nueva, a un mundo nuevo, sin que nadie nos consulte. La muerte de alguien amado, por ejemplo, no es algo que podamos aceptar o rechazar. Simplemente sucede y nos lleva, otra vez, a una dimensión hostil en donde tendremos que reinventarnos. Ocurre lo mismo con cualquier gran pérdida o con cualquier cambio radical en el contexto habitual.
El gran paso…
En algunas ocasiones somos nosotros mismos los encargados de gestarnos y decidir el momento y el lugar para volver a nacer. Ocurre cuando por fin hemos aceptado que debemos completar el proceso de individualización, con todas sus maravillas y todas sus limitaciones.Pasa cuando nos vamos de la casa de los padres, por ejemplo. O cuando decidimos terminar una relación que había prometido ser la respuesta a todas nuestras soledades. También cuando reconocemos que el contexto pesa demasiado y que es necesario comenzar de nuevo en un entorno desconocido, quizás a miles de kilómetros de donde está nuestro hogar. Lo mismo pasa al dejar una adicción atrás o al renunciar a algún sueño que por fin reconocemos como equívoco.
Es imposible volver a nacer sin algo de trauma. Esos procesos no se llevan a cabo en completa serenidad y con total mesura. Por el contrario, son decisiones que cuestan. Y cuestan en lágrimas, en extrañezas, en dudas y en gasto de energías. Sin embargo, así como cuando nacimos por primera vez, más allá del paso por el túnel estrecho, nos espera todo un mundo nuevo por explorar.
Dentro de cada uno de nosotros habita ese navegante aventurero que es capaz de zarpar mil veces a descubrir nuevos mundos. También está el niño asustado que evoca a la madre cada vez que abre la puerta para salir de casa. Nos toma tiempo y esfuerzo decidirnos a nacer. Pero allá, afuera, nos espera todo lo que somos capaces de ser.
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