No solo comemos comida. En ocasiones, también comemos nuestras emociones. Las ingerimos de una manera compulsiva en un arrebato por expresar
algo que tenemos reprimido.
Es una lástima que desde
pequeños, en vez de enseñarnos a expresar lo que sentimos, nos inciten a
guardárnoslo bien adentro.
Así dejamos de llorar, nos avergonzamos de sentir
tristeza y la rabia la manifestamos con quien menos se lo merece, porque
no sabemos ser asertivos y decir lo que en verdad sentimos.
¿Comes porque tienes hambre o para saciar emociones?
En ocasiones, nos
comemos nuestras emociones cuando vamos a la cocina sin tener hambre para
ingerir lo primero que nos encontramos (la mayoría de las veces, muy poco
sano).
Es una manera de cubrir un vacío emocional que nos acecha.
En vez de mirarlo,
lo evitamos, haciendo lo que inconscientemente creemos que tenemos que hacer
porque tenemos hambre cuando, en realidad, esa hambre es emocional.
Los trastornos por atracón son
un tipo de enfermedad que afecta a muchas personas que ingieren compulsivamente comida hasta que ya no pueden más.
No es que tengan hambre,
tampoco que sean grandes devoradores de comida. En su interior sienten una gran
tristeza que intentan tapar con excesivas cantidades de alimentos.
¿Te suena lo de
experimentar una ruptura amorosa y hartarnos a comer helado? Esto
que tantas veces se ve en las películas es algo que, en ocasiones, también
sucede en la vida real.
La causa la tiene la
ansiedad. La ansiedad de haber perdido a una pareja y quedarnos solos, la
ansiedad de perder un trabajo o a un ser querido…
Hemos perdido algo, el vacío se apodera de nosotros y la manera
(equivocada) de solucionar esto es comiendo, aun sin tener hambre de
verdad.
¿De qué maneras nos comemos nuestras emociones?
Si deseamos identificar
el tipo de emoción que nos está acechando y que no estamos sabiendo liberar de
la manera correcta tenemos que fijarnos en nuestra forma de comer.
- Estrés: Comemos muy rápido, sin saborear.
- Miedo: La cocina y sus alimentos se convierten en nuestro “refugio”.
- Culpa: Comemos más de lo que necesitamos y, como consecuencia, engordamos.
- Tristeza: Siempre vamos a por algo dulce o “comida basura”.
- Vacío: Comemos compulsivamente para sentir placer y sentirnos saciados.
¿Has logrado identificar la manera en la que comes? Tenemos
que ser muy honestos con nosotros mismos y no intentar autoengañarnos. Solo de
esa manera podremos saber qué nos está pasando.
No nos olvidemos de que la comida es un escape. A través de ella intentamos lidiar
con unas emociones que pugnan por salir de nosotros y ser solucionadas.
¿Por qué deseamos
sentirnos culpables? ¿Qué nos da tanto miedo? ¿Por qué nos estamos sintiendo
vacíos? La respuesta a estas preguntas será la clave para liberar todas esas
emociones.
Cuando comemos nuestras
emociones buscamos un bálsamo para nuestro dolor, sin embargo, nos estamos haciendo mucho más daño comiendo
lo que no debemos, en la cantidad inadecuada y sin tener realmente
hambre.
No te quedes nada para ti
Cuando nos comemos
nuestras emociones las estamos reprimiendo. Puede ser porque no sepamos cómo
expresarlas, porque tenemos miedo a hacerlo o porque las estamos reprimiendo.
Lo importante es empezar
a ser conscientes de que nos estamos refugiando en la comida
para evitar gestionar una emoción que está en nosotros y que, por mucho que la
esquivemos, seguirá ahí.
No tenemos por qué quedarnos con nada dentro de nosotros.
Quizás haya que mirar
hacia la infancia para descubrir alguna herida que nos haya hecho sentirnos
culpables de lo que no somos o albergar una tristeza porque tenemos vergüenza
de expresarla y aceptarla.
Es necesario que
aprendamos a vernos y analizar lo que sentimos para así gestionar nuestras
emociones de una manera mucho más saludable.
¿Siento rabia? ¿Siento
culpa? Pues me permito expresarlo,
que salga de una manera adecuada sin hacer daño a nadie.
Las emociones vienen,
pero después se van. Si no hacen esto, si perduran, pueden enquistarse. Es
entonces cuando nos comemos nuestras emociones.
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