jueves, 9 de noviembre de 2017

SINDROME DEL NIÑO TIRANO O EMPERADOR


Cada vez es más frecuente ver a niños pequeños retando, desafiando y burlando a sus padres o a otras figuras de autoridad. Lo preocupante es que estas actitudes parecen ir in crescendo hasta el punto extremo de que los padres son maltratados por sus hijos. Hablamos del síndrome del emperador, del niño tirano o del niño rey.
Tanto en mi práctica profesional como en el día a día, observo que la tónica habitual es ver a niños pegando a sus padres, insultándoles, haciéndoles burlas y un largo etcétera, con tal de obtener aquello que desean caprichosamente en un momento determinado.

Lo que más llama la atención es que cuantas más actitudes tiranas manifiesta el niño o niña, mayor es el esfuerzo que el adulto de referencia hace por complacerlo. Un adulto desbordado ante las exigencias de su hijo que acaba sintiéndose culpable por no lograr satisfacer sus deseos.
Para conocer exactamente las características del síndrome del emperador, vamos a interpretar una situación real que he podido presenciar hace escasas semanas durante las vacaciones estivales. Profundicemos.

Descripción de la situación: el niño rey no quiere comer

Una familia compuesta por un padre, una madre y un niño de 5 años aproximadamente, se encuentra comiendo en un restaurante con bastante gente alrededor. La madre, casi sudando, trata de dar de comer a su hijo, algo que este sabe hacer de sobra de forma autónoma pero que en este momento se niega a hacer.
El quid de la cuestión no es que el niño no quiera comer, sino que en esa situación solo quiere beber del vaso de coca-cola de litro que ha pedido su madre en la barra. El niño no suelta el vaso ni a la de tres. En ese momento la madre cree que lo mejor es negociar con el niño y le indica “solo si comes el filete beberás coca-cola”.

Los malos gestos y las palabras despectivas del niño hacia su madre van en aumento.  Entre ellas, “no pienso comer de eso asqueroso porque tú me lo mandes” o “ya te he dicho que no voy a comerlo, ¿es que no entiendes cuando te hablo?”. Mientras tanto, el padre es un mero espectador del conflicto que observa con cara de impasibilidad.
Tras forcejear con el vaso de coca-cola, la madre no encuentra el modo de satisfacer a su hijo y desiste. El niño termina por beber todo lo que quiere, mientras hace burlas a su madre junto con una suculenta y directa patada por debajo de la mesa.
El toque final es una reprimenda de la madre que, por supuesto, el niño no tomará en serio: “ya verás ya, hoy te has quedado sin piscina”. A estas alturas, el pequeño emperador ya tiene recursos de sobra para salir airoso de la situación. Para las venideras, ya sabe que solo tiene que forcejear un poco más fuerte con el vaso de coca cola.

Características del síndrome del emperador

A raíz de la situación que se acaba de describir, podemos señalar algunas de las características del síndrome del emperador o de un “niño rey”:
  • Percepción exagerada de lo que le corresponde. No pide, exige; hasta el punto de no sentirse satisfecho con nada. Cuando consigue lo quiere, vuelve a querer más cosas.
  • Baja tolerancia a la frustración, aburrimiento o negación ante aquello que han solicitado. En estos casos, responde con rabietas, ira, insultos o violencia delante de familia y amistades, sin importar si el lugar es público.
  • Presenta pocas estrategias para resolver problemas por sí mismo. Está acostumbrado a que se los resuelvan.
  • Su egocentrismo le hace creer firmemente que el mundo gira alrededor de él.
  • Siempre encuentra justificación para sus conductas y culpabiliza a los demás de las mismas.
  • No empatiza. Por tanto, no siente remordimientos cuando grita, amenaza o agrede físicamente.
  • Discute las normas y los castigos con sus padres, aquellos a quienes llama malos o injustos. Este aspecto le beneficia, ya que consigue que se sientan mal y cedan de nuevo ofreciéndole más privilegios.
  • No responde bien ante figuras de autoridad o normas sociales.
  • Tiene baja autoestima pero esta es enmascarada con sus conductas tiranas.
  • La mayor parte del tiempo está triste, ansioso, enfadado, etc.

¿Cómo se llega al síndrome del emperador

Como comentábamos al principio, cada vez es más frecuente encontrarnos con niños de este tipo. Pero, ¿a qué se debe el aumento de este fenómeno?
Además de la existencia de una predisposición genética, parece que la responsabilidad recae principalmente en dos aspectos: un estilo educativo permisivo y la influencia de la sociedad actual.
La falta de límites claros hace creer a los niños, de forma errónea, que tienen derecho a hacer lo que quieran en el momento que deseen. Dentro de ese derecho, no son conscientes de que las recompensas requieren de un esfuerzo previo y que deben respetar a los demás.
Por otro lado, no podemos obviar la influencia de la sociedad consumista e individualista en la que estamos inmersos actualmente; ni la rígida jornada laboral que la mayoría de los padres tienen, la cual repercute en el tiempo de calidad que pueden ofrecer a sus hijos.


Un niño sano necesita tener unos límites claros

Si aunamos todos estos factores, podemos barajar la hipótesis de que los más pequeños se acostumbran a no valorar las cosas y a primar sus deseos inmediatos por encima de todo. Asimismo, los padres acaban también por frustrarse. Hagan lo que hagan su hijo no estará saciado de atención.
Para educar a niños fuertes, sanos e inteligentes emocionalmente es preciso poner límites claros desde el principio. Es esencial que los niños experimenten cierto grado de frustración, para que puedan comprender que el mundo requiere de esfuerzo y respeto hacia los demás.
Dejar que el mundo gire alrededor de ellos les hace un flaco favor, porque un niño que no ha experimentado frustración, es un niño con cierta debilidad. En un futuro, tendrá muchas dificultades para afrontar nuevas situaciones y solucionar problemas porque descubrirá que la vida no está hecha a su medida, ni todo es como le gustaría.

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